esa triste vida que sólo puede preocupar al que mantiene su aliento.
Mis manos se mojan cuando la lluvia azota las podridas ventanas de este lugar.
Mis manos sólo pueden acariciar a mis dos ángeles,
que cayeron de su altar sin que nadie lo puediese evitar.
Mis manos cierran y sueldan las puertas, las iras y los enojos,
el fracaso y la deuda.
Míralas. Son mis manos. Mis propias manos.
Dedicada a una perla que habita en su coraza
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