domingo, 12 de diciembre de 2010

¿QUÉ ES LA AMISTAD?

François es un refinado  marchand de antigüedades , que en plena cena de festejo de su cumpleaños, rodeado de quienes se supone son sus amigos; sin embargo, Catherine, su socia, allí mismo, reflexiona en voz alta afirmando que Francois no tiene ni un solo amigo verdadero, por supuesto por exclusiva culpa de él, y de su egocentrismo. Y todos los demás invitados coinciden, para la rotunda sorpresa de Francois quien, hasta ese momento, se ha creído rodeado de afectos verdaderos, de amigos que son quienes dan sentido a sus días. Pero al parecer no es así. Más aún: ante la ofendida insistencia de Francois, quien sigue sosteniendo que está rodeado de gente que lo aprecia, Catherine le propone una apuesta: tiene diez días para presentar a su mejor amigo. Y Francois acepta, pero pronto se da cuenta de que, efectivamente, está solo. Los presuntos candidatos a ocupar el lugar de amigo dilecto le demuestran que están muy lejos de apreciarlo. Hasta que se topa con Bruno, un simpático taxista hablador quien, quizás, resulte no sólo su tabla de salvación para ganar la apuesta sino el artífice de toda una lección de vida para el egoísta Francois.     
         En el film se destaca primero, el momento en el que Bruno le intenta enseñar a hacer amigos bajo las tres reglas de oro: simpatía, sonrisa y sinceridad. ¡Qué difícil! . Otro de los puntos fuertes para ilustrar esta fábula se sitúa en el punto de eclosión del vaso lacrimatorio que el anticuario adquiere por la leyenda que arrastra: vaso en el cual un amigo recoge todas las lágrimas que ha derramado por otro que acaba de morir. Segundo la mención del clásico Petil Prince y su relación con el zorro.Y finalmente en la referencia al mundo clásico de la amistad que unió a Aquiles y Patroclo: relación en la que la amistad, el compañerismo y el amor se fundían, haciéndose casi indisociables.
Con respecto a esto último sólo puedo calcar el canto XXIII, penúltimo de la Ilíada, el cual está dedicado en su práctica totalidad a los funerales de Patroclo:

      "Así gemían los troyanos en la ciudad. Los aqueos, una vez llegados a las naves y al Helesponto, se fueron a sus respectivos bajeles. Pero a los mirmidones no les permitió Aquiles que se dispersaran; y, puesto en medio de los belicosos compañeros, les dijo:
‑¡Mirmidones, de rápidos corceles, mis compañeros amados! No desatemos del yugo los solípedos corceles; acerquémonos con ellos y los carros a Patroclo, y llorémoslo, que éste es el honor que a los muertos se les debe. Y cuando nos hayamos saciado de triste llanto, desunciremos los caballos y aquí mismo cenaremos todos.
        Así habló. Ellos seguían a Aquiles en compacto grupo y gemían con frecuencia. Y sollozando dieron tres vueltas alrededor del cadáver con los caballos de hermoso pelo: Tetis se hallaba entre los guerreros y les excitaba el deseo de llorar. Regadas de lágrimas quedaron las arenas, regadas de lágrimas se veían las armaduras de los hombres. ¡Tal era el héroe, causa de fuga para los enemigos, de quien entonces padecían soledad! Y el Pelida comenzó entre ellos el funeral lamento colocando sus manos homicidas sobre el pecho de su amigo:
        ‑¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el Hades! Ya voy a cumplirte cuanto te prometiera: he traído arrastrando el cadáver de Héctor, que entregaré a los perros para que lo despedacen cruelmente; y degollaré ante tu pira a doce hijos de troyanos ilustres, por la cólera que me causó tu muerte.
Dijo; y, para tratar ignominiosamente al divino Héctor, lo tendió boca abajo en el polvo, cabe al lecho del Menecíada. Se quitaron todos la luciente armadura de bronce, desuncieron los corceles de sonoros relinchos, y se sentaron en gran número cerca de la nave del Eácida, el de los pies ligeros, que les dio un banquete funeral espléndido. Muchos bueyes blancos, ovejas y balantes cabras palpitaban al ser degollados con el hierro; gran copia de grasos puercos, de albos dientes, se asaban, extendidos sobre la llama de Hefesto; y en tomo del cadáver la sangre corría en abundancia por todas partes.
       Los reyes aqueos llevaron al Pelida, el de los pies ligeros, que tenía el corazón afligido por la muerte del compañero, a la tienda de Agamenón Atrida, después de persuadirlo con mucho trabajo; ya en ella, mandaron a los heraldos, de voz sonora, que pusieron al fuego un gran trípode por si lograban que aquél se lavase las manchas de sangre y polvo. Pero Aquiles se negó obstinadamente, a hizo, además, un juramento:
     ‑¡No, por Zeus, que es el supremo y más poderoso de los dioses! No es justo que el baño moje mi cabeza hasta que ponga a Patroclo en la pira, le erija un túmulo y me corte la cabellera; porque un pesar tan grande no volverá lamas a sentirlo mi corazón mientras me cuente entre los vivos. Ahora celebremos el triste banquete; y, cuando se descubra la aurora, manda, oh rey de hombres, Agamenón, que traigan leña y la coloquen como conviene a un muerto que baja a la región sombría, para que pronto el fuego infatigable consuma y haga desaparecer de nuestra vista el cadáver de Patroclo, y los guerreros vuelvan a sus ocupaciones.
       Así dijo; y ellos le escucharon y obedecieron. Dispuesta con prontitud la cena, comieron todos, y nadie careció de su respectiva porción. Mas, después que hubieron satisfecho de comida y de bebida al apetito, se fueron a dormir a sus tiendas. Se quedó el Pelida con muchos mirmidones, dando profundos suspiros, a orillas del estruendoso mar, en un lugar limpio donde las olas bañaban la playa; pero no tardó en vencerlo el sueño, que disipa los cuidados del ánimo, esparciéndose suave en torno suyo; pues el héroe había fatigado mucho sus fornidos miembros persiguiendo a Héctor alrededor de la ventosa Ilio. Entonces vino a encontrarle el alma del mísero Patroclo, semejante en un todo a éste cuando vivía, tanto por su estatura y hermosos ojos, como por las vestiduras que llevaba; y, poniéndose sobre la cabeza de Aquiles, le dijo estas palabras:
       ‑¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas; y de este modo voy errante por los alrededores del palacio, de anchas puertas, de Hades. Dame la mano, te lo pido llorando; pues ya no volveré del Hades cuando hayáis entregado mi cadáver al fuego. Ni ya, gozando de vida, conversaremos separadamente de los amigos; pues me devoró la odiosa muerte que el hado, cuando nací, me deparara. Y tu destino es también, oh Aquiles semejante a los dioses, morir al pie de los muros de los nobles troyanos. Otra cosa te diré y encargaré, por si quieres complacerme. No dejes mandado, oh Aquiles, que pongan tus huesos separados de los míos: ya que juntos nos hemos criado en tu palacio, desde que Menecio me llevó de Opunte a vuestra casa por un deplorable homicidio ‑cuando encolerizándome en el juego de la taba maté involuntariamente al hijo de Anfidamante‑, y el caballero Peleo me acogió en su morada, me crió con regalo y me nombró tu escudero; así también, una misma urna, la ánfora de oro que te dio tu veneranda madre, guarde nuestros huesos.
Le respondió Aquiles, el de los pies ligeros:
     ‑¿Por qué, cabeza querida, vienes a encargarme estas cosas? Te obedeceré y lo cumpliré todo como lo mandas. Pero acércate y abracémonos, aunque sea por breves instantes, para saciarnos de triste llanto.
    En diciendo esto, le tendió los brazos, pero no consiguió asirlo: se disipó el alma como si fuese humo y penetró en la tierra dando chillidos. Aquiles se levantó atónito, dio una palmada y exclamó con voz lúgubre:
‑¡Oh dioses! Cierto es que en la morada de Hades quedan el alma y la imagen de los que mueren, pero la fuerza vital desaparece por entero. Toda la noche ha estado cerca de mí el alma del mísero Patroclo, derramando lágrimas y despidiendo suspiros, para encargarme lo que debo hacer; y era muy semejante a él cuando vivía".

Posteriormente, el cuerpo de Patroclo fue incinerado en una impresionante pira funeraria; en honor del muerto, los aqueos sacrificaron algunos animales y varios muchachos troyanos de cuna noble. Tal y como era costumbre, se celebraron juegos para honrar el alma del difunto, a cuyos ganadores les fueron entregados premios.


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