miércoles, 28 de noviembre de 2012

STRINDBERG - CUENTOS



 Llueve de nuevo. Estamos al borde del invierno y ya el frío está aquí, como ese "amigo" que nos "visita porque pasaba por casualidad". Reanudar lecturas es una buena opción: bibliotecas repletas de títulos que están ahí para encontrar, como si fueran esas monedas escapadas de los bolsillos cuando nos dan las vueltas del café a euro veinte. La pereza es un sino que nos alcanza en la estación entrante. Consejo: empezar por pequeños volúmenes para que el ojo no se envague. Ëste es de cuentos, ni son pequeños ni son grandes. Son del tamaño ideal para la aguacerada tarde de la mitad de la semana. Strindberg es un autor que asusta porque entre su misoginia y su mal carácter lo que menos apetece sería leerlo, pero son unos cuentos escritos con delicadeza y con imagenes que nos transportan tanto a un salón artístico como a una fábula cortés. Es lo más benigno que puede ser.

"Va un poco de Napoleón y ya en su mirada se le ve el nervio loco"
Nacido y fallecido en Estocolmo (22 de enero de 1849 – 14 de mayo de 1912), tuvo una existencia agitada; a sus exilios en Francia, Italia, Alemania, Suiza y Dinamarca habría que añadir su condición de actor frustrado, ayudante bibliotecario en la Biblioteca Nacional de Estocolmo, telegrafista, periodista intermitente y polemista feroz y descontrolado. Desquiciado por las agudas crisis nerviosas que le acompañaron desde bien joven y las contradicciones morales inherentes a una personalidad inestable acosada por la duda y los profundos desequilibrios psíquicos, Strindberg inauguró una serie de vías por las cuales habrían de transitar los más sobresalientes renovadores que le sucedieron y cuya herencia no dejarían caer en saco roto. El dramaturgo norteamericano Eugene O’Neill lo coloca en la vanguardia de quienes con su riqueza visionaria han modernizado el teatro actual. Ha sido subrayada reiteradamente la huella strindbergiana localizable en la obra de maestros como Pirandello, Ionesco, el propio O’Neill, Harold Pinter o Peter Weiss.
         Famoso por su misoginia antifeminista, ésta tuvo, al parecer, sólidos amarres freudianos en una infancia desgraciada y, según los expertos, en un sentimiento no superado de desafección materna, probable germen de sus episodios esquizofrénicos y dementes, en los que sufría manía persecutoria y veía amenazada su vida por ficticios y quiméricos agentes confabulados para buscarle la ruina, paranoias a las que contribuiría el abuso de las drogas a que se dio el escritor con notable perseverancia y compulsión en algunos momentos de su existencia especialmente difíciles

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