martes, 29 de septiembre de 2009

La primera en irse

"Vestimos las ropas que dejaste en tu no esperada ausencia y rellenamos la tumba con la mojada tierra que dejó la lluvia. Nunca había llovido como hasta entonces. Mojaba todo lo que alcanzaban nuestros tristes ojos y pensabamos que, tal vez, era así el destino que nos había tocado. Un destino triste y un destino húmedo. No sabíamos que esperar. Era como si el tiempo estuviese a nuestros pies aguardando a que le dejáramos ir. A su ritmo, segundo a segundo, dejando que un instante pasase a otro, sin que sucediese nada.
La muerte vino así. Sin que se contase con su visita. Sólo dejó que se pudiera asomar a la ventana para ver el pueblo a sus pies. Era un nuevo comienzo y, por fín, podría salir de aquella cárcel que tantos años la había acogido. Yo creo que sí sabía de su alegría por haber dejado la casa sin que nadie esperara ese desenlace. Uno no espera a ser mayor de edad para quedarse y tampoco se espera serlo cuando es necesario irse. Sin ser trágico fue inesperado y dejó un poso de incertidumbre. Y pensar que quería ser la última y sólo lo fue de su estirpe. En este caso le tocó ser la primera".

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