
Antonio Tabucchi
La cabeza perdida de Damasceno Monteiro
En mi habitual visita por las bibliotecas recojo libros, que me miran con triste ojos de can semiabandonado, pero ... éste no es uno de ellos sino que ha sido un regalo envuelto de velada amenaza. Y allí me ves, leyendo su primer capítulo, in corpore presente, para convencerle de que seré obediente.
Ya metida en el fregado me sorprende desde su primera línea: prosa trabajada y ágil. Ideal para no ser dejado encima de la mesa de la cocina y empezar a preparar algún platillo para acompañar un asado, un guisado o ... un desaguisado.
Ay!! Qué me tengas que amenazar para leer a Tabucchi apartándome de mis lecturas programadas del XIX ...
Prosigo en la lectura y de un capítulo a otro saltamos de Lisboa a Oporto. Ya está aquí Oporto. Conocida mía desde hace mucho cuando no estaba tan remozada como ahora. Recuerdo mi primer paseo por las callejuelas cuesta abajo para alcanzar las riberas del Duero. Bajar por aquellas angosturas, nada soleadas y muy desagradablemente perfumadas de orines al torcer alguna esquina, volvieron a mi memoria sólo pocos años después cuando visité Nápoles. Por encima de nuestras cabezas se sucedían los tendales colgados con ropas húmedas y, algunas, todavía chorreantes. Los sonidos se debatían entre siseantes conversaciones a la mesa del almuerzo y alguna radio encendida. Estaba fascinada a la vez que desconfiada y temerosa. No fuera a salirme alguien de aquellos inmuebles con otra intención que no fuera la de saludar.
Una vez asomada al río miras hacia atrás y respiras aliviada de haber bajado porque para subir iba a preferir el elevador situado al otro lado del puente.
En sucesivas visitas a la ciudad fui ampliando los horizontes de la habitual visita bodeguera y los paseos por Santa Catarina. Descubrí el Oporto moderno en una visita a la Fundación Serralves, cuyo edificio fue diseñando por Siza. Desde ese punto de la ciudad la mirada da un salto hacia el Atlántico, y eso no se ve si sólo se visita el Viejo Oporto. Merece mucho la pena.